Por Gustavo Ibargüengoytia Sánchez.
Para la Facultad de Psicología terminó un período difícil y diferente a lo que estaba acostumbrada. Pero no es propósito de este texto el redactar y narrar lo sucedido durante el proceso electoral que se vivió alrededor de un mes atrás. El propósito sí es describir algo que sucedió en la escuela, algo que estuvo muy latente y se movió de maneras muy siniestras y discretas por toda la escuela. No sólo fue un sector o un bando quienes lo experimentaron, fueron todos, las planillas, la administración, los estudiantes que votaron, los que no votaron, los maestros, etc. En la Facultad flotaba un aire de Omnipotencia que apestaba. Impregnaba todo lo que se hacía y se decía. No pretendo señalar específicamente ejemplos, pero sí pretendo invitar a la reflexión.
Algunos nos sentíamos intocables, por varios motivos, otros nos sentíamos importantes y otros minúsculos. Se dice que en la Facultad la apatía reina con mano de hierro, y que todo es culpa de la sociedad que fomenta el individualismo. Pero, a mí parecer, es al revés. Precisamente por que la sociedad lo que fomenta es el trabajo interdisciplinario, multidisciplinario, en grupo, en conjunto, en parejas, en equipo e impone a la familia nuclear (sea lo que ésta sea en la actualidad) como un modelo a copiar, seguir, venerar e imitar en todas las relaciones extranucleares. Es la misma familia la que propone al sujeto como un ser social. “Yo existo en base a ellos.” Siendo “ellos” mi familia o mis compañeros o amigos. La creencia de la persistencia del individuo no es más que un remanente, un vestigio, de las épocas primordiales de la persona. La sociedad no fomenta el individualismo, lo excluye, lo separa, lo encarcela en guetos. Hay varias maneras de excluir, podemos exaltar el trabajo de alguien poniéndolo por encima de los demás, pero precisamente por estar encima está en una categoría aparte. La degradación o sobrevaloración de algo o de alguien es precisamente una manera en la que la sociedad segrega el individualismo.
Durante el proceso que se vivió en la Facultad, la degradación y sobrevaloración tuvieron un rol de extrema importancia. Los que votaron, los que no votaron, los que hicieron planilla, los que no, los que se involucraron en el proceso, los que decidieron mantener su distancia. Las decisiones que estas personas tomaron no fueron en base a una falta de interés, y es aquí donde empieza a ponerse delicado el tema, dónde la introspección individual (y uso éste término con extremo cuidado por lo mismo) tendrá que jugar un rol de severa importancia, sus decisiones fueron tomadas en base a una regla muy sencilla, la Regla de la Cobardía.
Esta Regla de la Cobardía tiene un principio muy sencillo, la Omnipotencia. Las decisiones que uno toma en su vida tienen que ver con el reconocerse capaz de lograr lo que decidió. Si se reconoce lo suficientemente capaz para lograr lo propuesto es entonces él un ser Omnipotente ante la problemática en cuestión, en caso de reconocerse incapaz de lograr lo propuesto reconoce, entonces, una algo que está por encima de él, algo que lo oprime y reprime, un fantasma Omnipotente. Pero ambos seres, el capaz y el incapaz, tomaron su decisión en base a la Regla de la Cobardía. Ser sometido bajo tal regla o ser libre de dicha regla no son si no una expresión de lo mismo, la cobardía. Homologando cobardía con miedo, podemos entonces decir que es el miedo el motor de las acciones que hacemos y decisiones que tomamos. Tenemos miedo de que si no actuamos, si no decidimos, las cosas no sean como queramos. Y tenemos miedo de que aún si actuamos, si decidimos, las cosas no cambien o sean como queramos. En ambos casos el miedo, sea a priori o a posteriori, es el principal móvil en la toma de decisiones y si es así entonces nuestras decisiones no son más que una secuencia lógica de acuerdo a la Regla de la Cobardía.
Pero he aquí la belleza de dicha Regla. Si he tomado una decisión en base al miedo a priori, entonces soy precavido, tomo precauciones e incluso puedo argumentar ser calculador. Mi posición pasiva ante la situación me permite relajarme y juzgar, situarme en un lugar que se aleja de todo y permanece como imparcial, escudado por muchas excusas como: no me importa, no me afecta, una persona no hace la diferencia. Frases que solo aparentan justificar el miedo. Por lo contrario si uno decide actuar es prisionero de su miedo a posteriori. Pero la cobardía aquí es la tendencia al Poncio Pilatismo. “Me lavo las manos, he hecho lo que pude y si las cosas no funcionaron fue por que estaba fuera de mí alcance que fueran de otra manera.” Y esto permite ubicarnos en un trono especial tallado en forma de cruz y que cargamos con gusto, disfrutando de la escena y del espectáculo que se arma a nuestro alrededor en donde se es el personaje principal, el apoderamiento del escenario. Que, por consecuencia, facilita se presente una situación muy peculiar, la emisión de un juicio de valor sobre los demás. Al contener la atención de un cierto universo, es “la obligación” de esta persona de actuar como espejo y enfrentar a los demás con lo que tanto se esforzaron en obviar.
Lo curioso de ambas posiciones es que son irremediablemente excluyentes. Cada posición se apodera de su congregación de fieles y no permite ni la más mínima expresión de reflexión. Cada posición es, invariablemente, omnipotente. La omnipotencia es el resultado de un sistema educativo, que va más allá del gubernamental que podemos localizar en lo cultural, que es punitivo. Es un modelo paternal que deja una profunda huella en cada miembro de la sociedad que a su vez buscará el reconocimiento del mismo, sea por la constante lucha contra el sistema que de manera incesante le recuerda al sistema la presencia y existencia de la persona o por el consentimiento sumiso de lo establecido por el sistema. Pero ambos métodos no son más que maneras de hacerse notar. Uno de manera activa y otro de manera pasiva. En un ejemplo burdo pero común y sencillo. El alumno que siempre participa y reta intelectualmente a los maestros con un bombardeo incesante de preguntas sería esa persona que activamente busca el reconocimiento del sistema. Mientras que el alumno que se destaca por no interrumpir la clase, siempre asistir a la clase, cumplir con todas las tareas y contestar el examen con cierta precisión que borda en lo perturbador sería esa persona que pasivamente busca el reconocimiento del sistema. Pero ambos estudiantes expresan un cierto desprecio por el otro. El activo critica la actitud pusilánime del pasivo, mientras que este a su vez critica la falta de respeto por las leyes del activo. En ambos casos es fácil distinguir que existe una manifestación de superioridad de un tipo de persona sobre otro. Siendo que los grupos son un conjunto de personas con un fin e ideal común, lo mismo aplica para los grupos.
Durante el proceso electoral que se vivió en la Facultad de Psicología la Omnipotencia jugó un rol central en la manera en la que se hacía política. ¿Qué no es, a fin de cuentas, el proceso electoral una batalla donde existe un ganador y un perdedor? Al final se declara la victoria de un cierto grupo sobre otro grupo. Prevalece el poder de un grupo. Mientras que se espera que el poder del otro se agote, como si el poder proviniera de la obtención de un título, de un apoyo mayoritario. Como si el poder fuera mensurable y cuantificable. El poder es absoluto. Se tiene. Punto. No es posible no tener poder. Alguien podría decirme: “Pero, Gustavo, el poder es absoluto por que se tiene o no se tiene.” A lo que yo contestaría con una sonrisa: “Cobarde.”
Gracias por leer.
Para la Facultad de Psicología terminó un período difícil y diferente a lo que estaba acostumbrada. Pero no es propósito de este texto el redactar y narrar lo sucedido durante el proceso electoral que se vivió alrededor de un mes atrás. El propósito sí es describir algo que sucedió en la escuela, algo que estuvo muy latente y se movió de maneras muy siniestras y discretas por toda la escuela. No sólo fue un sector o un bando quienes lo experimentaron, fueron todos, las planillas, la administración, los estudiantes que votaron, los que no votaron, los maestros, etc. En la Facultad flotaba un aire de Omnipotencia que apestaba. Impregnaba todo lo que se hacía y se decía. No pretendo señalar específicamente ejemplos, pero sí pretendo invitar a la reflexión.
Algunos nos sentíamos intocables, por varios motivos, otros nos sentíamos importantes y otros minúsculos. Se dice que en la Facultad la apatía reina con mano de hierro, y que todo es culpa de la sociedad que fomenta el individualismo. Pero, a mí parecer, es al revés. Precisamente por que la sociedad lo que fomenta es el trabajo interdisciplinario, multidisciplinario, en grupo, en conjunto, en parejas, en equipo e impone a la familia nuclear (sea lo que ésta sea en la actualidad) como un modelo a copiar, seguir, venerar e imitar en todas las relaciones extranucleares. Es la misma familia la que propone al sujeto como un ser social. “Yo existo en base a ellos.” Siendo “ellos” mi familia o mis compañeros o amigos. La creencia de la persistencia del individuo no es más que un remanente, un vestigio, de las épocas primordiales de la persona. La sociedad no fomenta el individualismo, lo excluye, lo separa, lo encarcela en guetos. Hay varias maneras de excluir, podemos exaltar el trabajo de alguien poniéndolo por encima de los demás, pero precisamente por estar encima está en una categoría aparte. La degradación o sobrevaloración de algo o de alguien es precisamente una manera en la que la sociedad segrega el individualismo.
Durante el proceso que se vivió en la Facultad, la degradación y sobrevaloración tuvieron un rol de extrema importancia. Los que votaron, los que no votaron, los que hicieron planilla, los que no, los que se involucraron en el proceso, los que decidieron mantener su distancia. Las decisiones que estas personas tomaron no fueron en base a una falta de interés, y es aquí donde empieza a ponerse delicado el tema, dónde la introspección individual (y uso éste término con extremo cuidado por lo mismo) tendrá que jugar un rol de severa importancia, sus decisiones fueron tomadas en base a una regla muy sencilla, la Regla de la Cobardía.
Esta Regla de la Cobardía tiene un principio muy sencillo, la Omnipotencia. Las decisiones que uno toma en su vida tienen que ver con el reconocerse capaz de lograr lo que decidió. Si se reconoce lo suficientemente capaz para lograr lo propuesto es entonces él un ser Omnipotente ante la problemática en cuestión, en caso de reconocerse incapaz de lograr lo propuesto reconoce, entonces, una algo que está por encima de él, algo que lo oprime y reprime, un fantasma Omnipotente. Pero ambos seres, el capaz y el incapaz, tomaron su decisión en base a la Regla de la Cobardía. Ser sometido bajo tal regla o ser libre de dicha regla no son si no una expresión de lo mismo, la cobardía. Homologando cobardía con miedo, podemos entonces decir que es el miedo el motor de las acciones que hacemos y decisiones que tomamos. Tenemos miedo de que si no actuamos, si no decidimos, las cosas no sean como queramos. Y tenemos miedo de que aún si actuamos, si decidimos, las cosas no cambien o sean como queramos. En ambos casos el miedo, sea a priori o a posteriori, es el principal móvil en la toma de decisiones y si es así entonces nuestras decisiones no son más que una secuencia lógica de acuerdo a la Regla de la Cobardía.
Pero he aquí la belleza de dicha Regla. Si he tomado una decisión en base al miedo a priori, entonces soy precavido, tomo precauciones e incluso puedo argumentar ser calculador. Mi posición pasiva ante la situación me permite relajarme y juzgar, situarme en un lugar que se aleja de todo y permanece como imparcial, escudado por muchas excusas como: no me importa, no me afecta, una persona no hace la diferencia. Frases que solo aparentan justificar el miedo. Por lo contrario si uno decide actuar es prisionero de su miedo a posteriori. Pero la cobardía aquí es la tendencia al Poncio Pilatismo. “Me lavo las manos, he hecho lo que pude y si las cosas no funcionaron fue por que estaba fuera de mí alcance que fueran de otra manera.” Y esto permite ubicarnos en un trono especial tallado en forma de cruz y que cargamos con gusto, disfrutando de la escena y del espectáculo que se arma a nuestro alrededor en donde se es el personaje principal, el apoderamiento del escenario. Que, por consecuencia, facilita se presente una situación muy peculiar, la emisión de un juicio de valor sobre los demás. Al contener la atención de un cierto universo, es “la obligación” de esta persona de actuar como espejo y enfrentar a los demás con lo que tanto se esforzaron en obviar.
Lo curioso de ambas posiciones es que son irremediablemente excluyentes. Cada posición se apodera de su congregación de fieles y no permite ni la más mínima expresión de reflexión. Cada posición es, invariablemente, omnipotente. La omnipotencia es el resultado de un sistema educativo, que va más allá del gubernamental que podemos localizar en lo cultural, que es punitivo. Es un modelo paternal que deja una profunda huella en cada miembro de la sociedad que a su vez buscará el reconocimiento del mismo, sea por la constante lucha contra el sistema que de manera incesante le recuerda al sistema la presencia y existencia de la persona o por el consentimiento sumiso de lo establecido por el sistema. Pero ambos métodos no son más que maneras de hacerse notar. Uno de manera activa y otro de manera pasiva. En un ejemplo burdo pero común y sencillo. El alumno que siempre participa y reta intelectualmente a los maestros con un bombardeo incesante de preguntas sería esa persona que activamente busca el reconocimiento del sistema. Mientras que el alumno que se destaca por no interrumpir la clase, siempre asistir a la clase, cumplir con todas las tareas y contestar el examen con cierta precisión que borda en lo perturbador sería esa persona que pasivamente busca el reconocimiento del sistema. Pero ambos estudiantes expresan un cierto desprecio por el otro. El activo critica la actitud pusilánime del pasivo, mientras que este a su vez critica la falta de respeto por las leyes del activo. En ambos casos es fácil distinguir que existe una manifestación de superioridad de un tipo de persona sobre otro. Siendo que los grupos son un conjunto de personas con un fin e ideal común, lo mismo aplica para los grupos.
Durante el proceso electoral que se vivió en la Facultad de Psicología la Omnipotencia jugó un rol central en la manera en la que se hacía política. ¿Qué no es, a fin de cuentas, el proceso electoral una batalla donde existe un ganador y un perdedor? Al final se declara la victoria de un cierto grupo sobre otro grupo. Prevalece el poder de un grupo. Mientras que se espera que el poder del otro se agote, como si el poder proviniera de la obtención de un título, de un apoyo mayoritario. Como si el poder fuera mensurable y cuantificable. El poder es absoluto. Se tiene. Punto. No es posible no tener poder. Alguien podría decirme: “Pero, Gustavo, el poder es absoluto por que se tiene o no se tiene.” A lo que yo contestaría con una sonrisa: “Cobarde.”
Gracias por leer.