Sobre el emprendedor.


Por Aaron Alberto Coronado Peña.

Desde el momento en que se pudieron cotizar todas las cosas del mundo (entendida la cotización como el valor imparcial que da el mercado sin importar si x objeto, o persona incluso, es mas importante o valiosa para alguien). Dentro del moderno mercado del justo intercambio, donde vales lo que cuestas. Desde que el valor de un objeto cualquiera que fuese, se determino por el precio que portaba, la habilidad, o por lo menos la opción de valorizar a algo-alguien desde su esencia, empezó a perder sentido, y su valor en esencia (irónico). Y con esto pasa a ser considerado solo por su valor práctico, y sin la opción de ser apreciado desde dentro, se desvalorizo a la persona que transcurre y, consecuentemente, entre sus manos se escapa la voluntad en el, porque ahora la voluntad no tiene valor, ahora hay que ser algo, hay ¡que ser alguien en la vida! ¿Qué importa entonces lo que se pueda llegar a soñar si ello obstruye o incluso podría ser el inverso de todos los requisitos sociales para el éxito y la realización personal? porque la realización es una y para todos.

Y ahora, lo mismo que al inicio homo sapiens, pero ahora con un precio tatuado en la nuca, con nuestros códigos de barras cual cereal diciendo: este tiene esto, es fuerte, inteligente, sabe varios lenguajes, dentro o fuera y por esto vale eso. Me dicen que hay que ser un emprendedor y me dicen cuales son las características que eso debe de tener, características como: iniciativa, responsabilidad, ambición, relaciones humanas, situación de riesgo, entre otras (peores), debido, claro está, a la demanda económica en donde una persona necesita de otras cosas para valer más. Esa consolidación de la persona, del Yo que invalidado como tal, se hace de accesorios alternos y diversos para ser, cuando al momento de someterse al camino, ciertamente, atenta y atentan contra nuestras características personales. Cual si se fuera ahora solo un objeto, una apariencia que brota de ese carácter mercantilista ya estudiado por Fromm. Si me atreviera a detenerme aquí por un momento, y cuestionar a lo que hasta ahora he escuchado y visto, lo primero que aparece a mi vista es la ¿habilidad? social para desprestigiar primero el deseo (por de alguna manera llamarlo) y luego a la persona y su voluntad, si suponemos que somos tan valientes para tomarla por los cuernos.

Pero ¿qué le importa al mundo moderno lo que una persona llegase a desear? Ahora debemos de tener, de ser, de portarnos como un emprendedor para ser exitosos y felices. Ahora desde fuera nos dicen dónde esta mi felicidad y cómo encontrarla. Y antes, ayer, solo necesitaba desear y entender los suficientemente cualquier algo para con ello llevar a cabo un sinfín de diferentes empresas, las que fueran, encontrando el éxito respecto a la visión que cada quien se hacia de el, y no solo en la remuneración económica o social.

Una vez llegado el momento, según la demanda, se solicita la delimitación conceptual (no sin antes olvidar que la palabra en si no seria capaz de contener la existencia o esencia, no hay significado en ella, mas sin embargo concede), nos arriesgamos a entender el acto desde el concepto. Nosotros los sabios de la nueva era globalizada nos atrevemos a quitar el olor de la rosa y ponerlo en el nombre, y consecuentemente desde que ubicamos determinadas características en un todo, comenzamos a definir lo que amerita (ser un emprendedor). Una vez entendido lo que un emprendedor es, (diría nuestra sociedad si hablara) vamos a hacer muchos de ellos para ser un mejor lugar, cual si fuéramos sujetos de probeta como el mundo de Huxley.

Nuestros poderosos emprendedores (con la disculpa por el exceso uso de la palabra en busca de un fin) consideran entonces, que todos deberíamos de ser emprendedores. Dicen que esa seria la base para una mejor sociedad, y después, peor aún, dicen que todos somos emprendedores, solo que unos no lo sabemos, y si eso no es una blasfemia; ¿entonces qué lo es? En el degradante intento de hacer a todos iguales cual si fuésemos abejas de una colmena que debe seguir no el sueño, mas sí la regla natural, nos enajenamos cada vez mas respecto a la individualidad siendo incapaces de reconocer a otro por estar imposibilitados de reconocernos a nosotros mismos.

Pero, una vez mas la receta de la vida feliz al alcance de nuestras manos, de nuestras manos de aspirantes a psicólogos preparados, que sabemos y entendemos (lo comento con un poco de ironía negra, en caso de que no sea percibida), nosotros los que pensamos, y en determinado momento de nuestro existir como estudiantes tenemos que pasar 3 horas a la semana pensando ¿Qué es un emprendedor? ¿Será acaso que el emprendedor nace o se hace? Parte de nuestra preparación, a un lado de las enseñanzas de cada uno de nuestros profesores, de nuestros libros leídos y los no leídos también, se trata de saber cuanto me conviene a mi, emprendedor en proceso, convertirme en lo que se me requiera.

Con todo esto me cuestiono…

¿Será acaso que tendrá que ver el ser emprendedor con las ganas de hacer algo y hacerlo bien? ¿No es cierto que la empresa de Einstein (por citar) fue libre de todos esos deseos de superación, ausente de la necesidad de prestigio social y si a alguien tenia que superar era a él mismo? Y ¿no fue también demoledora respecto a cualquier consideración errónea de preceptos físicos? ¿Y aquel filósofo que prefirió la cicuta por defender su ideal entregándose a la muerte en vez de un sacrificio de lo que para él sería la verdad? ¿Y Napoleón? ¿Y Hitler? ¿Eran ellos emprendedores? Si lo eran, ¿de que tipo?

Me siento en posición para proponer la idea de que tal vez, solo tal vez (todo es relativo y esas cosas) sean las recompensas económicas y sociales las que vienes por agregado al ser, al devenir ser, pues uno se va construyendo. ¿No son los intereses económicos y sociales los que nublan el juicio de los emprendedores? ¿Qué tal si la ausencia de dichas ganancias materiales permitiera al VERDADERO emprendedor el deseo de emprender?